Cicerón y la oratoria

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La oratoria en la antigua Roma. Esteban Bérchez Castaño y Jorge Tárrega Garrido. Editorial Tirant lo Blanch

Libro recomendado en Zibaldone por Eirene Fernández

El pasado 17 de octubre de 2019 la editorial Tirant lo Blanch, cuyo objetivo es publicar libros de contenido humanístico, presentó en la librería de la calle Artes Gráficas de Valencia su nueva colección Quadriga. Se trataba, en concreto, del libro que inaugura la colección y que lleva por título La Oratoria en la Antigua Roma, resultado de una colaboración entre Esteban Bérchez Castaño, doctor en Filología Latina por la Universidad de Barcelona,y Jorge Tárrega Garrido, doctor en Filología Clásica por la Universidad de Valencia. Ambos autores son profesores asociados en la Universidad de Valencia, han realizado numerosas publicaciones en revistas especializadas en el ámbito del mundo Clásico y son conocidos por dar un fuerte impulso a la didáctica del latín con metodologías activas.

El libro se divide en dos partes: en la primera se hace un repaso a la Oratoria Romana desde sus inicios hasta su decadencia después de la muerte del famoso orador Marco Tulio Cicerón, escritor con el que la disciplina llegó a su punto más álgido, mientras que la segunda está dedicada íntegramente al orador arpinense y ofrece una traducción actualizada de dos de sus discursos, el que pronunció en contra de Catilina y el que compuso en defensa del poeta Arquias.

Respecto a la primera cuestión, el texto pone de relieve cómo el estudio diacrónico de la oratoria presenta problemas ya que, lamentablemente, se ha perdido un gran número de los discursos y de muchos de ellos nos han llegado conservados sólo algunos fragmentos, gracias a la recomposición de los mismos o sus menciones en otros autores. Es indudable, en todo caso, la importancia que el arte de la palabra tenía en la vida política y judicial de la Roma republicana. Un ejemplo de ello es el primer discurso de la historia de Roma, pronunciado por Menenio Agripa y recompuesto en Tito Livio, el cual evidencia el poder que los romanos otorgaban a la palabra para conseguir la concordia social.

En este mismo sentido, aunque quedan pocos fragmentos de los más de ciento cincuenta que pronunciaría, estaría el ejemplo de Catón, hombre políticamente activo que, con su elocuencia, persuadió al Senado a fin de destruir por completo la ciudad de Cartago. Sin embargo,a pesar de que era célebre su odio hacia la cultura helénica, fue el primero que escribió en latín reflexiones sobre retórica. También los hermanos Graco, con estilos diferentes (“el uno dulce y calmado, el otro apasionado y vehemente”), poseían este peligroso don de la palabra que los arrastró a la muerte.

Fue, sin embargo, el propio Cicerón quien reconozca que la lengua latina se puede equiparar con la riqueza de la lengua griega gracias a sus propios maestros, los oradores Antonio y Craso, añadiendo cómo “la única manera de superarlos era añadiendo a la disciplina oratoria conocimientos filosóficos, históricos y jurídicos […] con lo que viene a decir que él mismo se convertirá en el mejor orador de la historia” (pág. 34).

Contemporáneos de Cicerón como Hortensio y Gayo Julio César, fueron afamados protagonistas de los hechos acontecidos en los últimos años de la República. Recuérdese cómo en el juicio celebrado contra Verres, Cicerón, que representaba a la acusación, venció al renombrado orador Hortensio encargado de la defensa, y cómo este hecho impulsó su carrera política, que supo combinar con una extensa producción literaria. De él se conservan obras suyas de retórica, de filososía, cartas e incluso poemas, además de una gran variedad de discursos judiciales, como los pronunciados a favor de Roscio o Marco Celio, o los pronunciados en contra de Milón, Pisón o Marco Marcelo. Será, sin embargo, con Las Filípicas con las que Cicerón firmó su sentencia de muerte, marcando su desaparición el inicio de la decadencia de la Oratoria.

Más tarde, en efecto, el poder imperial hará prácticamente innecesaria esta disciplina: por unlado se reduce por ley el tiempo de las intervenciones en los juzgados; por otro, queda patente que los discursos ya no afectan al devenir político. Ante esta nueva situación, los oradores del primer siglo de nuestra era, como Marco Valerio Mesala, se caracterizan por “un talante lisonjero” (pág, 61). Sin embargo, aunque Plinio el Joven en sus epístolas se lamenta de que este “tipo de discurso tan odioso como falso se ha vuelto ahora tan sincero como atractivo”, él mismo no consiguió alejarse del “empalagoso estilo laudatorio” (pág. 65) en el que no faltan los agradecimientos al emperador y se alaban las virtudes de su vida pública y privada.

Es interesante que, en todo este repaso diacrónico que abarca la primera parte de este libro, se nos ofrezca una continua selección de fragmentos de discursos –traducidos– con los que se acompaña a cada orador que es nombrado, siendo más numerosos los ejemplos de Cicerón. De este modo, el trabajo se convierte en una sintética antología. En último lugar, para cerrar esta primera parte, se expone también una abundante bibliografía en la que poder profundizar en el estudio, tanto en el campo de la disciplina de la oratoria, como en el de los oradores mencionados.

La segunda parte del libro comprende, como ya quedaba señalado, la traducción de dos discursos: el primer discurso contra Catilina y el escrito en defensa del poeta Aulo Licinio Arquias.

La traducción del primero (pronunciado por el cónsul Cicerón ante el Senado contra Catilina a finales del año 63 aC) corre a cargo de Esteban Bérchez y remite ala edición alemana del texto en latín de Teubner (2003). Bérchez nos introduce al personaje de Catilina, su contexto histórico y cómo fue el desarrollo de los cuatro discursos pronunciados por el cónsul ante el Senado y ante el Pueblo para su acusación. Con él, como es sabido, consiguió Cicerón finalmente, con el poder de su oratoria, conseguir del senado la sentencia de muerte de Catilina y frenar, por tanto, el golpe de estado que pretendía éste llevar a cabo. Resultan llamativas las acotaciones que aparecen entre corchetes en la traducción y que, totalmente ausentes en el texto latino, se utilizan como introducción de un escenario o para explicar elementos de la acción que permiten al lector entender mejor la escena1.

Por su parte, el discurso en defensa del poeta Aulo Licinio Arquias está traducido por Jorge Tárrega y remite al texto latino publicado por la editorial Oxford (1911). En la introducción a la traducción, este explica las motivaciones del discurso. Aparte de pretender Cicerón la defensa del poeta griego como un ciudadano romano y de intentar atenuar el distanciamiento que él mismo tenía con la familia de los Lúculo, Tárrega resalta otra motivación del discurso, sugerida ya por Petrarca en el s. XIV: el deseo de desarrollar una defensa de la Humanitas estableciendo “un alegato reivindicativo de las letras que nos advierte de la continua amenaza de incomprensión a la que se ven, también hoy sometidas” (pág. 109).

Con todo ello, el libro comprende, en resumen, un repaso diacrónico sobre la oratoria partiendo de una interesante selección de textos de diferentes autores, además de proponer traducciones actualizadas sobre dos discursos de Cicerón. Se trata, por usar las palabras que el filólogo y ensayista D. Javier García Gibertpronunció el pasado día de la presentación, “de un libro elegante”.

El siguiente número de la colección Quadriga, que lleva por título La Comedia en la Antigua Roma, de Maria Luisa Aguilar García y Xavier Mata Oroval, está disponible para su venta desde el mismo día de la presentación de la colección. Contiene traducciones de Tito Macio Plauto y Publio Terencio Afro.

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