Libro recomendado por José Félix Escudero Pitarch.
Mira por donde “l’enfant terrible” de las letras francesas de los últimos veinte años ha regresado al mercado de consumo literario de cierto nivel con una obra de escasas pretensiones. Eso fue, al menos, lo que avizoré en las primeras veinte páginas. Era una colección de los lugares comunes que Houellebecq se ha empeñado en acumular como seña de identidad y que sonaban a déjà vu. La breve historia de su relación con una japonesa de costumbres harto relajadas, mirada despreciativa y gesto indiferente, llamada Hozu, sirve de prólogo, no obstante para un conjunto de sucesos personales, búsquedas y peregrinaciones por la moral social, la sexual, la familiar y cualesquiera otro ámbito donde se cuece la inefable costumbre de vivir, que en su sencillez descriptiva y en su ahínco reflexivo, devuelven al autor a los orígenes de su literatura: el empeño por deshacerse de ataduras, vulgo convencionalismos.
Es, como siempre, una mirada hostil, casi diría airada, con ese sabor a nihilismo que rememora algunas veces al gran filósofo Emil Cioran, pero más desnuda, más simple, despojada de los atavíos con que empezó a vestirse en El mapa y el territorio o en Posibilidad de una isla. Diría que MH reclama que le entendamos desde la pureza de los sentimientos, los nuestros , me refiero, aunque vinculados a los suyos. Y es que el novelista francés rememora sus amores y frustraciones con la ilusión de que le entendamos y simpaticemos con su actitud, aunque él sepa y nosotros también que la droga que le ayuda a liberar serotonina no es especialmente inofensiva.
Pero he visto mucha sinceridad en el relato, sobre todo en la búsqueda de un amor que le redima y al que definitivamente no llega por miedo a sentirlo de verdad o a que le exija un compromiso que no es capaz de deletrear. Ese peregrinaje por los bordes de una verdad social que instintivamente rechaza, así como su magnífica descripción de la amista con un aristócrata que compartió con él los estudios de agronomía, bastarían para reconciliarnos con él y para no afearle sus tremendos tics literarios.
Resulta curioso comprobar cómo desde el desalojo se puede cubrir con acierto una nueva visión del mundo que quiere cambiar. Del mismo modo que Simenon fue quitando capas a su escritura hasta convertirla en brutalmente directa, lo que dicho sea de paso le permitía escribir un libro a la semana, así Houellebecq, con Serotonina, simplifica, desnuda el relato, para hacerlo más próximo y si me apuráis menos artificioso.
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