EL silbido del arquero

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EL silbido del arquero, Irene Vallejo, Contraseña Editorial

Irene Vallejo, EL silbido del arquero, Contraseña Editorial, Zaragoza 2015, 210 pp.

Libro recomendado por Esteban Bérchez

En la portada un hombre y una mujer caminan en sentidos opuestos. En sus cuerpos se distinguen las huellas de un prístino abrazo. Presumo que son Eneas y Elisa, los protagonistas de la historia, obligados —¿por el destino?— a interrumpir su historia de amor y a marchar cada uno por su lado. La ilustración, de Elisa Arguilé, cobra entonces (más) sentido después de haber leído el libro. Podía parecer por el nombre de sus protagonistas una versión de la Eneida de Virgilio, pero no, es más bien una novela inspirada en la epopeya virgiliana y, más en concreto, en el episodio amoroso de Dido —también llamada Elisa— y Eneas, en donde cobran importancia no solo los amantes, sino también la hermanastra de Elisa, llamada Ana; Eros, el dios del amor; Yulo, el joven hijo de Eneas que aunque apenas habla, envuelve con su presencia la narración; y finalmente Virgilio, el poeta que con dificultad y pesar soporta el encargo que le ha hecho el emperador de escribir el poema nacional romano. Se trata de monólogos, a la manera de las Cartas de Heroínas de Ovidio, en los que distintos personajes cavilan sobre los aconteceres y ahondan en sus más profundos sentimientos y todo ello en un estilo —el de Irene Vallejo, Doctora en Filología Clásica y novelista galardonada— suave, pulcro, conciso y reflexivo. Sírvannos de muestra algunas frases extraídas de sus páginas.

“Un náufrago siempre es un hombre alegre —afirma Eneas tras una tormenta—, al menos hasta que se detiene a pensar” y, acordándose de su padre ya fallecido, el héroe lamenta: “La costumbre de ser hijo perdura más allá de la muerte que siega los lazos. A partir de ahora, todos los vendavales, todas las tempestades me encontrarán huérfano”. Eros, en un intento por evitar que Elisa pronuncie palabras inadecuadas, declara: “Hago callar a Elisa, colocándole el dedo en ese surco que une la nariz y el labio de todos los humanos y que, considerando la precipitación y torpeza con que tantas veces se lanzan a hablar, siempre me ha parecido la huella de algún fallido intento divino de sellarles la boca”. “Aquellos a quienes hoy llamamos héroes —refiere Virgilio aludiendo a su Eneida— fueron un día seres azotados por la desgracia. De la vendimia del sufrimiento brota el vino de las leyendas. Yo conozco el sufrimiento, la duda, el pesado lastre del miedo, pero también he experimentado la redención y el consuelo de las palabras. Ahora lo sé. Yo puedo escribir este poema. He encontrado mi voz”.

Los clásicos —y la Eneida lo es con mayúsculas— siempre han alimentado vocaciones y han inspirado un sinfín de composiciones literarias. El silbido del arquero no es una adaptación de la obra virgiliana, cobra entidad por sí misma y —¡eso sí!— nos hace volver, acaso de una forma más reflexiva y desde un punto de vista diferente, a los versos del Mantuano. Nada más se puede pedir a un libro.

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