Libro recomendado por Esteban Bérchez.
Eloy Moreno, Invisible, Nube de tinta, Barcelona 2019.
“Por eso cuando me pegaban en los pasillos, cuando me quitaban el bocadillo en el recreo o cuando me tiraban al suelo ningún compañero me ayudaba, ningún profesor les castigaba… ¡claro! ¡Seguramente no podían verme! Aquello lo explicaba todo: explicaba que nadie me ayudara nunca, la gente no podía ser tan mala, imposible, tenía que haber una razón por la que nadie viera nada de lo que me pasaba”. INVISIBLE. Más allá del estilo o la forma, hay narraciones que impactan, que no dejan indiferente, que afectan por el mero hecho de que consiguen llegar a nuestros más recónditos sentimientos y de alguna forma logran que nos reconozcamos en las situaciones que describe. Ahora está muy de moda la palabra inglesa bullying, que equivaldría a nuestra expresión ‘acoso escolar’, pero me imagino que quien no lo ha vivido no sabe con exactitud lo que es, ni las consecuencias a medio y largo plazo, ni las dimensiones de las secuelas que deja.
Este libro no es solo una historia de un niño que sufre acoso, es también un grito de horror ante las personas que no hacen nada, una llamada de atención ante la pasividad de la gente. Tras la lectura es inevitable, por tanto, realizar examen de conciencia. He buscado entre mis recuerdos como estudiante en el colegio, en el instituto y en la universidad y entre mis experiencias como profesor momentos en los que pude ver un posible acoso y no hice nada o no lo suficiente. Y me asaltan dudas… ¿y si aquello que creía una broma era en realidad una acción reiterada? ¿Y si el decaimiento de un alumno había sido producido por continuas agresiones físicas o psicológicas? ¿Y si el moratón o el corte no lo había producido una caída tonta? ¿Y si no he estado lo suficientemente alerta para detectar un posible acoso? ¡Madre mía! Y a todo eso se une —sí, cuesta hasta escribirlo— la indecencia y la miserabilidad del ser humano. Sin embargo, el libro no es un grito en el vacío, arroja también un leve halo de luz en la penumbra, pues allí donde hay una multitud de personas indiferentes al dolor ajeno, siempre se halla alguien dispuesto a ayudar.
La consecuencia más inmediata de la invisibilidad a la que se ve abocado el acosado es sin duda la soledad. “Lo bueno de ser invisible es que ya nadie me hacía nada, no me pegaban, no me escupían, no se reían de mí, por fin podía salir del instituto e ir tranquilo a casa sin tener que estar mirando a cada momento detrás de mí. Lo malo de ser invisible es que tampoco te ve quien quieres que te vea”. Un libro doloroso, pero revelador, aconsejable por su trepidante historia y por su capacidad para hacernos calibrar nuestras propias actitudes cotidianas.
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