LIBRO RECOMENDADO POR: José María Goerlich Peset. Catedrático de Derecho del Trabajo de la Universitat de València.
Supongo que muchos hemos conocido a Leonardo Padura a través de sus novelas policíacas, protagonizadas por Mario Conde, policía primero y, luego, investigador privado y conseguidor de libros. Desde luego, es mi caso.
La novela de mi vida pertenece, sin embargo, a otro tipo de novelas, de corte histórico. Padura nos ha ofrecido ya varias. En algún caso, se mantiene la relación con aquel personaje, como ocurre con Herejes (2013); en otros, no. Esto es lo que ocurre con El hombre que amaba a los perros (2009) y, antes, con La novela de la vida, publicada en 2002 y que se reedita ahora quizá como consecuencia del premio Princesa de Asturias que Leonardo Padura recibió en 2015.
Debo advertir que no se trata de novelas históricas en el sentido tradicional del término. Recrean, por supuesto, un hecho o un personaje del pasado. Pero no se agotan en ello, puesto que la narración llega hasta el momento presente –lo que permite en algún, como hemos visto, conectarlas con la figura de Mario Conde o, cuando menos, en la que ahora nos ocupa, con un ambiente habanero similar al suyo–.
Para conseguirlo, son varias las historias que se entrelazan. En La novela de mi vida, de hecho, son tres. Dos de ellas presentan puntos en común, la traición y el exilio; y la tercera, las pone en relación. En el tiempo presente, Fernando Terry, poeta fallido y profesor de literatura, regresa, temporalmente y tras años de exilio, a Cuba, donde se reencuentra con una parte de sus viejos amigos, los que aún viven. A su través, conocemos las razones y los efectos del exilio; y asistimos a la búsqueda por el protagonista de sus causas y, en concreto, de la traición que lo motivó.
La segunda historia es la de José María Heredia. Se trata ahora de un personaje real: Heredia, literato cubano de principios del siglo XIX, fue liberal y nacionalista en la Cuba sujeta a la colonización española a diferencia del resto de las naciones hispanoamericanas que se independizan en esta época. Como consecuencia de ello, sufrió un prolongado exilio únicamente interrumpido por un breve período de tiempo en el que se autorizó su regreso. Ello establece un claro paralelismo entre estas dos historias: la vivencia del exilio, sus razones, el regreso temporal, la recuperación de amistades y amoríos…
Pero, además, existe una conexión directa entre ambas: en su juventud, Terry había hecho sus estudios de doctorado sobre él e intenta localizar unos papeles perdidos que podrían complementarlos. Precisamente, es la búsqueda de estos papeles el objeto de la tercera y última historia entrecruzada: Terry aprovecha su regreso para buscarlos; y Padura para contarnos su (posible) historia y especular sobre su (posible) contenido. Al hilo de esta trama, es objeto de atención la masonería cubana a lo largo de los siglos XIX y XX.
Las tres historias discurren en paralelo. Pero la desorientación que ello podría provocar en el lector dura muy pocas páginas. Escritas con técnicas y registros diferentes, es perfectamente sencillo situarse en las tres, hallar las relaciones entre ellas y seguirlas sin detenerse hasta agotarlas. No debo, por supuesto, desvelar los detalles. Pero sí puedo recomendar su lectura: aparte la tensión narrativa, cada una de las tramas abre al lector un horizonte de conocimientos sobre los diferentes contextos históricos en las que se mueven. Se hace sin incurrir en pedantería alguna, antes bien con una sencillez extraordinaria, lo que es muy de agradecer. Y se encuentra en edición de bolsillo, lo que también lo es.
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