Ousman Umar, Viaje al País de los Blancos

Viaje al país de los blancos. Ousman Umar. Editorial Plaza & Janes

Libro recomendado por Esteban Bérchez

Ousman Umar, el autor y protagonista del relato que reseñamos, me recuerda al héroe griego Ulises, quien partió de Troya después de diez años en dirección a su tan amada Ítaca, donde le esperaban su esposa y su hijo. Pero en su travesía de vuelta se vio frenado por adversidades de todo tipo: tormentas, monstruos, muertes, engaños…, que le mantuvieron —mucho más tiempo del esperado y deseado— alejado de sus seres queridos. Cuando después de veinte años contempló de nuevo su reino se sentía agotado, abatido, pero también, como dirá el poeta Kavafis, “rico en saber y en vida”. No son dos viajes comparables, el de Ulises y el de Ousman, pero la impresión que causan las vivencias de ambos viatores es, por lo menos para mí, semejante.

Se trata de un relato en primera persona de un niño negro de Ghana cuyo deseo es vivir en el País de los Blancos, confiado en que allí (en un país europeo cualquiera) la vida será no solo mejor que en su pueblo, sino fascinante y onírica. Las peripecias que debe vivir para llegar finalmente a Barcelona son numerosas e impresionantes y el lector bien podrá conocerlas durante su propia travesía lectora; pero no me resisto a reproducir algunas pocas frases del libro, plagado de temas puramente humanos que no saben de épocas ni territorios: la amistad, el dolor de la muerte de un ser querido, el hambre, la pobreza, la crueldad, el racismo, el bandidaje, las violaciones, el tráfico de personas, el egoísmo… todo ello unido a la desazón que produce el creer que algo has hecho mal en la vida para merecer tal castigo, pero que a su vez aporta un rayo de esperanza para aquellos —no pocos— que se encuentran en la misma situación en la que se halló Ousman Umar: “Necesito contar esta historia —dice su protagonista—, hasta que no haya más historias como esta que contar”.

El concepto de tiempo dentro de la cabeza de una persona analfabeta es completamente diferente al de una persona culta. Si me preguntabas qué iba a pasar al cabo de cinco años no sabía preverlo. No me importaba el largo plazo. Estaba acostumbrado a preocuparme por comer ese día y saber si habría algo de comer al siguiente” (p. 44). “El primer grupo de cadáveres que vimos [en el desierto] nos causó una profunda impresión. […] ¿Quiénes serían esas personas? ¿Quiénes las amaban? ¿Quiénes estarían esperando noticias de ellas? ¿Dónde? Ahora solo eran unos cuerpos sin nombre tirados en el desierto, donde ya iban a permanecer para siempre. Yo, optimista, pensé que teníamos suerte de no haber acabado así” (p. 59). “Una de las cosas más tristes que he aprendido en este viaje es que en la vida nadie da nada gratis. Siempre se espera algo a cambio: esa es la naturaleza humana” (p. 76).

Cuando los griegos acudían al teatro a ver una tragedia no les importaba tanto el argumento —casi todos lo conocían ya— como la forma de contarlo y las sensaciones que podía producirles la representación. El éxito entonces lo imponía lo que Aristóteles llamaba ‘catarsis’, es decir, lograr que los espectadores sufrieran una purga interior, motivada por las desgracias que padecían los protagonistas y acaso por el temor de que esas desgracias pudieran vivirse en las propias carnes. El sufrimiento causado —y también el miedo— arrastraba y expulsaba con fuerza las desavenencias personales y hacía al espectador, sino mejor persona, al menos sí más receptivo a los problemas ajenos. Esto es lo que produce el libro de Ousman Umar; sin lugar a dudas una purga necesaria en estos tiempos.

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