Libro recomendado por Paloma Gandía.
Hay libros crueles y libros hermosos al mismo tiempo, libros que consiguen anegar los ojos en lágrimas y libros que suscitan emociones diversas como pueden ser la rabia y la añoranza. Libros que deseas terminar pero al mismo tiempo querrías prolongar. “El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes“, escrito por Tatiana Tibuleac, es uno de ellos. La historia de Tibuleac desgarra al lector: la autora moldava escribe sin fisuras en su primera novela sobre la tormentosa relación entre una madre y su hijo. Narrada en primera persona por Aleksy, el propio vástago, la novela relata el último verano – y el antes y el después – que ambos pasaron juntos.
La madre del protagonista está a punto de morir de cáncer y dedica sus últimos meses a veranear en Francia con su hijo, que la odia y desea su muerte. A partir de entonces, el perdón y la reconciliación van abriéndose paso entre el resentimiento y el sufrimiento. Aleksy recuerda ese verano años después, cuando ya es un reconocido artista a quien el psiquiatra le recomienda escribir sobre aquellos días para superar el bloqueo creativo del que no logra salir. Entre sus páginas desfilan personajes variopintos, subtramas angustiosas, y sentimientos como el dolor y la pérdida. Un dolor frágil e intenso que se transmite al lector y le obliga a recordar, a añorar, a llorar.
Tibuleac – traducida en España por Marian Ochoa de Eribe – escribe una melodía triste y bella, cargada de metáforas, aforismos, capítulos breves, y guiada a través de una extraordinaria prosa poética en la que los ojos verdes de la madre protagonista cobran una especial relevancia. Se transforman en el hilo conductor de una historia fascinante, que recuerda a otras propuestas sobre la maternidad como “Apegos feroces“, de Vivian Gornick, o “Nada se opone a la noche“, de Delphine de Vigan. Literatura que reflexiona sobre las relaciones maternofiliales y que encumbra a Tibuleac como una de las propuestas europeas más sugerentes de la actualidad.
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